El sábado me desperté angustiada, recordé el cuchillo que guardaba bajo el colchón cuando me quedaba sola en Madrid, mientras mis padres se iban de vacaciones y yo me veía obligada a quedarme sola hasta que podía cojer mis vacaciones.
Todo empezó cuando me quedé embarazada, estaba soltera, y ahí empezaron las insinuaciones de un familiar lejano.
Yo las evitaba eludiendole todo lo posible, pero al morir mi abuela la cosa empeoró.
Un domingo se presentó en casa con alguno de sus hijos y sobrinos con el pretexto de que habían ido al rastro que ponían en la calle Marques de Viana, los niños en cuanto llegaron se fueron a jugar al patio.
El entro en la habitación de mi abuela donde mi hija de meses estaba durmiendo y desde la puerta insistía en que entrara para enseñarle a la niña.
Le dije que no, que si quería verla podía hacerlo sin que yo entrara en la habitación. El insistió varias veces y el tono me parecía cada vez más amenazante.
Me dirigí hacia el patio para protegerme con la compañía de los niños y al intentar salir vi que el había cerrado la puerta con cerrojo para que los niños no pudieran entrar.
Salí al patio y el tiempo se me hizo eterno hasta que se fueron, de aquel rato solo se me quedó grabado el miedo y el vestido que llevaba una de las niñas (un pichi gris con unas rallas rosas haciendo cuadros y unos leotardos de color rosa).
Se lo conté a una persona de mi familia y me aconsejó que le dijera a mi madre que me daba miedo quedarme sola en casa con la niña, pero que no le contara el motivo real, porque podía hacer que se enemistara la familia.
A partir de ahí comencé a irme con mis padres los fines de semana, pero en el verano, hasta que podía cojer las vacaciones, me quedaba sola, ya que mis padres se llevaban a la niña.
Y ahí comenzó el miedo, esa persona tenía las llaves de la casa y podía ir en cualquier momento.
Cuando me iba los fines de semana a ver a mi hija y a mis padres el aparecía por allí y seguía con sus insinuaciones e indirectas para quedarse a solas conmigo.
Años después hablando con una de mis primas le comente la sensación de desagrado por la sensación de sobon que me producía esa persona, cuando venía a ver a mi familia el abrazo o el beso que te daba de saludo, te producía una sensación de abuso, a ella le pasaba lo mismo opinaba lo mismo que yo de él y como evitabamos saludarle teníamos fama de antipática.
Cuanto lamento no haber sido valiente en aquella época y no haberles contado a mis padres la verdad y haberle denunciado.
Quizá así hubiera evitado años de veranos con miedo y situaciones violentas para mi, cada vez que me veía obligada a verle.